...Maya permanecía pensativa, sentada sobre su
cama. Por lo pronto, la Sirvienta Nadine, limpiaba el
cuarto pasando muy cerca de Maya, pero ésta ni
siquiera se inmutaba.
Incluso, Nadine hacía movimientos frente al
rostro de su Jefa para distraerla de pensar tanto, pero
sin obtener resultados satisfactorios.
—¿Le sucede algo, Señora?
—¿Ummm…?
Maya miró desorientada a Nadine.
—¿Me hablaste?
—Le pregunté si le pasa algo. Aunque es más que
obvio que sí
Maya sólo se limitó a asentir nostálgicamente.
—Y supongo quién es la causa de sus
preocupaciones.
—La palabra correcta es “quienes”
—¡Oh!—Nadine no pudo ocultar su sorpresa—
No creí que Usted tuviera intenciones de
corresponderle al Asistente de su Esposo.
—Ese es el problema. Por más que le hago saber
a Diego que no estoy interesada en él, más me acosa
hasta el punto de hacerme sentir…
—Tan presionada que quisiera que todo esto
terminara—completó Nadine.
—Así es—Maya suspiró de preocupación—He
pensado en decirle a Mordrecán, pero tengo miedo
que piense que yo soy la culpable de que su Asistente
se sienta atraído por mí.
Maya comenzó a llorar.
—Ya no sé qué hacer.
Nadine se acercó a Maya, le secó las lágrimas y se
sentó junto a ella en la cama.
—No todo está perdido, Señora. Hay soluciones
a su problema, sólo que no tan… amables.
Maya miró confundida a Nadine.
—¿Has oído hablar sobre la JGB?
Maya negó con la cabeza.
—Dicen que un Soldado la usó para destruir la
naturaleza cuando invadió el País. No sé cómo, pero esa… sustancia… tiene un efecto destructivo en los
seres humanos cuando se usa en grandes dosis.
—¿Cuál es tu plan?—preguntó temerosa Maya.
—Tal vez pueda conseguirle la dosis adecuada
para poner en su lugar a su acosador.
Maya pensó intrigada la propuesta...
...Mordrecán llegó a su escritorio, tomó la botella de
whisky y se vació en un vaso.
—Te lo dije una vez y lo repito: ¡Yo soy la
salvación de este pueblucho! ¡Y tú serás testigo de ver
cómo transformo este lugar!
Mordrecán bebió del vaso, lo colocó sobre el
escritorio, Maya se mostró desconcertada, pues su
marido denotaba tener problemas con su visión.
—¡Yo seré…!
Mordrecán cayó dormido golpeándose la cabeza
contra su escritorio, rompiendo el mismo y
abriéndose la cabeza por mitad.
Maya miró aterrada a su esposo muerto, su grito
de auxilio pudo escucharse hasta las afueras de la
Mansión.
Diego entró corriendo a la oficina, ayudó a Maya a
levantarse, aunque ésta seguía en shock.
—Maya. Maya aquí estoy. Soy yo; Diego. Al fin
estamos juntos.
Diego abrazó a Maya, pero ésta reaccionó y
empujó al Asistente.
— ¡Suéltame! ¡Eres un aprovechado! ¡Mi esposo
acaba de ser envenenado y tú…!
—Yo lo hice.
Maya reaccionó estupefacta.
—¡¿Qué?!
—Yo envenené a tu esposo de la misma forma
que él envenenó a tu padre.
Maya escuchaba incrédula las palabras de Diego.
—Un té preparado con grandes cantidades de
Pasiflora mezclada con JGB mata a cualquiera.
— ¿Por qué?—cuestionó Maya con lágrimas en
los ojos.
—Para que tú y yo estemos juntos, mi amor.
Prometo que seré el mejor esposo del mundo para ti
y el mejor Gobernante que Arcelia haya tenido jamás.
—¿Acaso piensas gobernar este pueblo?
—Ambos lo haremos, mi amor. Como marido y
mujer.
—Eso nunca pasará. Yo no te amo. Diego
entiéndelo. Que fuera infeliz con mi esposo, no
significa que quiera algo con el hombre que siempre
lo apoyó en todas las decisiones que yo odié.
—Maya, no te pedí opinión. Vas a ser mía te guste
o no.
Maya se mostró asustada, pues Diego comenzó a
acercarse con malas intenciones.
—¡No te atrevas…!
—¡¿O qué?!
Diego quedó frente a Maya y ésta le inyectó una
ampolleta con JGB en el cuello, a la altura de la
tiroides.
—¡Jamás seré tuya!
Diego se alejó de Maya, pues la JGB hizo efecto
casi inmediato al entrar a su organismo. Los brazos,
piernas y parte del rostro del ex Asistente de Mordrecán crecieron de manera deforme
produciendo una imagen grotesca y aterradora.
Maya trató de salir corriendo, pero Diego arrojó lo
que quedaba del escritorio hacia la puerta impidiendo
que ella escapara.
Maya miraba aterrada que el nuevo Diego se
acercaba a ella con una expresión de odio en el rostro.
—No corras, amor. No te haré mucho daño—
Diego tomó del cuello a Maya levantándola—Sólo el
que te mereces—Diego ahorcó a Maya rompiéndole
el cuello y matándola.
Los gritos de desesperación de
ésta fueron escuchados por los empleados de la casa,
quienes no se atrevieron a ir a ver qué estaba
sucediendo en la Oficina...
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